jueves, 6 de diciembre de 2012

Capítulo 10.

Me desperté esperando encontrarme en mi cama, pero no fue así, por supuesto. Al principio, miré extrañada a mi alrededor, hasta que caí en la cuenta.
Miré a mi hermana, que dormía a mi lado. Pensé en cómo, a penas un mes y medio antes, estábamos celebrando la Navidad todos juntos. Al recordarlo, sentí como si clavasen una daga en mi corazón. Los ojos se me llenaron de lágrimas y, prometiéndome no llorar, parpadeé hasta que se esfumaron. No iba a llorar, no por mi padre.
Mié a mi madre. El cansancio y el abandono le había pasado factura, pero seguí siendo hermosa. Se cara se veía pálida y demarcada, y su pelo, lacio. Seguía durmiendo. Decidí no despertar a ninguna de las dos, y me fui.


Volví al cabo de una hora, cuando ya había dado siete vueltas a la manzana, como mínimo. Mi hermana dormía todavía, pero mi madre estaba sentada contra la pared de la calle. 
-Mamá -me atreví a decir. Sonrió. Me hizo señas para que me sentara a su lado, y así hice.
-Anna, no sé qué vamos a hacer.
-Ni yo, la verdad -confesé-. Que sea el destino quien decida lo que nos pase.
 Asintió. Probablemente ni siquiera me escuchaba, asentía por no dejarme con la palabra en la boca, pero me daba igual.
-Voy a hacer que la Seguridad Social se lleve a Ginny. Es la única manera -añadí, cuando vi que iba a replicar.
-¿Y qué pasa contigo?
-Yo... me las apañaré. Sé vivir por mí misma -dije, sonriendo-. Me preocupas tú. ¿Qué vas a hacer?
-Yo también sé vivir por mí misma -sonrió-. Podríamos quedarnos nosotras, ¿sabes? Juntas mejor que separadas.
-Supongo que sí -dije, con un suspiro-. No quiero dejar a Ginny, pero es lo mejor que puedo hacer. La acogerán en una casa, con una nueva familia, y por lo menos tendrá algo que comer. Nosotras no podemos darle eso.
Asintió.
-Has madurado tanto en estos últimos meses, hija, que...
-Es lo único que podía hacer -la interrumpí-. Tú no estabas, Ginny es solo una niña, y papá se ha ido. Alguien tenía que cuidar la casa.
-Lo siento, Anna. De verdad. No sé qué me pasó, yo... Lo siento.
-No pasa nada, mamá. Le amabas. Le amas -me corregí-. Tienes excusa.
Sonrió.

Cuando le contamos a Ginny lo que pensábamos hacer, reaccionó como esperábamos: gritó, se enfadó, y se fue. Al cabo de dos minutos, volvió, nos abrazó y lloró.
Estuvimos así unos minutos, hasta que Ginny dijo que tenía hambre. Se me encogió el corazón.
-Ahora no podemos, Ginny. Mañana iremos a la Seguridad Social, y ellos te acogerán, ¿vale?
Negó con la cabeza.
-No podeis obligarme a ir, no quiero ir.
-Claro que sí. Ginny, lo hacemos por ti. Lo hacemos porque te queremos, y queremos que tengas un hogar, un colegio, y comida. Nosotras no podemos darte nada de eso -dijo mi madre-. Lo siento.
Ginny se levantó, se tumbó en el mismo sitio donde había dormido, y nos dio la espalda.
-Lo siento -repitió mi madre, susurrando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios.